Hace un siglo, años antes de que Hitler pusiera en marcha sus planes para consolidar una raza superior, en la Universidad de Yale, promovían febrilmente campañas para preservar la élite estadounidense y evitar la reproducción de la gente “no apta”.
Algunos de sus partidarios, proclamaron el concepto de la “Eugenesia” -buena cuna-, para impulsar programas de esterilización dirigidos a controlar la expansión de la población minoritaria (negros), inmigrantes y pobres. Su consigna principal, era evitar un “suicidio racial”, en el caso de que los aptos (blancos) crecieran a una tasa menor que los “menos aptos”.
Entre los líderes se contaban,-entre otros- el propio presidente de Yale, James R. Angell y el economista Irving Fisher, calificado como uno de los más sobresalientes de la época, quien a la postre fundó la Sociedad Americana de Eugenesia. Para 1920, de acuerdo con el investigador de Historia (Richard Conniff) del mismo centro académico, un total de 376 universidades de Estados Unidos, estaban ofreciendo cursos sobre eugenesia.
Los programas de esterilización para hombres y mujeres se expandieron por todo el país, con California a la cabeza; al igual que leyes para fomentar los “matrimonios sanos”. Apoyando aún más la campaña, el juez de la Corte Suprema de Justicia, Oliver Wendell, se pronunció y fue directo al grano señalando que ” tres generaciones de imbéciles, son suficientes”.
En su propio recuento de los hechos, la Universidad de Yale, ha reconocido que ocupó esclavos en la construcción de sus primeros edificios, recibió dineros de los impuestos cobrados en Connecticut, por el ron importado del Caribe ( proveniente de plantaciones sostenidas por esclavos) y posteriormente restringió el ingreso de los afroamericanos a sus aulas.
Buena parte de ese historial, acaba de ser tema de una discusión de tres días en el seno de la Universidad, promovida por su propio presidente, Peter Salovey. Hoy reconocemos que la esclavitud y trata de esclavos son parte de nuestra historia, dijo. Hacemos esto porque avanzar requiere un reconocimiento honesto de nuestro pasado, anotó Salovey.
Fuente: Universidad de Yale
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