Se dice que la salud es un bien público, como el agua, y el aire. Pero en aras de hacer uso de los derechos individuales, – estén o no consignados en una Constitución- alguien puede ostentar el derecho a contaminarlos?
En el momento actual la pregunta concreta sería: Alguien tiene derecho de salir a contagiar, simplemente porque no le gusta portar una máscara o por creer que es un “Superman” blindado contra cualquier virus o enfermedad, o porque su ideología pone el interés individual sobre el bien colectivo?.
La pregunta es más pertinente aún, si se tienen en cuenta datos arrojados en diferentes investigaciones, como el hecho de que hasta un 40 por ciento de los casos de personas que han adquirido el Coronavirus, no presentaron síntomas, y deambularon sin saber que estaban contagiando a otros; o que decenas de pruebas han resultado fallidas, al arrojar resultados contradictorios sobre si una persona es positiva o no.
Es claro que en algunas culturas prima el individualismo, como es el caso de Occidente; en contraste con la asiática, con gente más dispuesta a la cooperación y el trabajo comunitario. Pero tal individualismo da para perjudicar a los demás, consciente o inconscientemente?.
Cuando me proponía expresar estas consideraciones, como persona que cree que todos tenemos derecho a un bien público como la salud, me tropecé con una llamativa propuesta del profesor de Ética, Parker Crutchfield, de la Universidad Western Michigan, quien sugiere que la actual crisis podría aprovecharse para ofrecer “la píldora de la moral”, a aquellas personas que les importa un comino lo colectivo, y tienen muy poco interés en ser cooperativos.
Dicha píldora podría contener sustancias psicoactivas, que ponen a la gente a ser más amables y prosociales. Nada se pierde, y podría ser otra contribución a la lucha que esta dando una parte de la sociedad para dominar el famoso virus, dice Crutchfield.
Así como quien se pasa un semáforo en rojo, deber ser objeto de una sanción; el que sale a la calle sin máscara, en una situación de crisis de la salud pública mundial, es un francotirador que también debería recibir un castigo.
En las actuales circunstancias, ese individuo es tan – o más peligroso- que aquel que sale armado de un AK-47 y le da por disparar a personas inocentes. Este puede matar 50 de una vez. El sin máscara, puede llegar a contagiar hasta 200, y matar quién sabe a cuantos, sin darse cuenta; y también lo revelan las estadísticas del Covid-19. Si se estima que en variedad de casos, en algunos países, el uso de la máscara oscila entre un 20 y un 75 por ciento, de la población; los antisociales anti máscaras, pueden ser bastantes, con un potencial mortífero aterrador.
Al sujeto lo puede amparar el derecho a portar armas mortales; al resto de la comunidad la protege algún derecho, o solo existe el derecho a contagiar?
Para el efecto, en este caso no se trata de reformar leyes supremas; más bien se trata de aplicar el sentido común, en aras de un bien común, en donde toda una sociedad sale ganando.
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